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Policía

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Por: Germán Vargas Lleras

Los violentos y lamentables hechos de la semana pasada nos obligan a investigar a fondo lo ocurrido, a sancionar ejemplarmente a los agentes responsables, a capturar y desmantelar los grupos de vándalos detrás de los ataques y, sobre todo, a reflexionar sobre la necesidad de introducir reformas de fondo en nuestra Policía Nacional.

Una primera hipótesis que debería valorarse es aquella según la cual la Policía se quedó anclada en la doctrina del conflicto armado, en la confrontación con la guerrilla y el narcotráfico, y no se ha venido preparando para hacer frente a las nuevas y también delicadas, pero diferentes, responsabilidades en seguridad ciudadana. Tampoco observa uno que se haya preparado para actuar en medio de las protestas sociales, aumentadas por la pandemia y el clima de incertidumbre, insatisfacción y necesidad que ha generado y cuyas restricciones del trabajo y la movilidad, en especial, ha tenido que administrar sin ninguna comprensión ciudadana.

La situación amerita un análisis profundo y mucha cabeza fría para emprender reformas. Algunas voces piden que la Policía se convierta en un cuerpo civil, incluso desarmado, y que se le asigne al Ministerio del Interior. Sobre esta iniciativa tengo muchas reservas. La principal es la previsible desarticulación de la Policía en cuerpos departamentales y municipales, y su posible politización. Basta observar lo que ocurre en México con 2.400 cuerpos de Policía independientes pero politizados, no profesionales y con graves acusaciones de corrupción. Similar situación hay en Brasil, donde cada gobernador maneja su propia policía militar.

Qué tal regresar nosotros a épocas de una policía seleccionada con criterio partidista o con sesgos ideológicos, que tanto contribuyó a la violencia. Hace 60 años, Alberto Lleras Camargo abogaba por una Policía Nacional única, apolítica y profesional. Sostenía Lleras que los partidos extremistas tenían la consigna de llevar a organizaciones como la Policía y las Fuerzas Armadas a la anarquía y el desprestigio, lo que las hacía más vulnerables y de donde no podían salir victoriosas, porque “cuando se pierden la confianza, el respeto y el afecto se mina definitivamente a las instituciones”. Cuánta actualidad tienen estas palabras cuando hemos visto que detrás de estos hechos hay agitadores organizados y quizás miembros de grupos al margen de la ley que pretenden promover cambios políticos a través de métodos violentos.

Con el propósito de reorganizar, pero sobre todo fortalecer, a la Policía se ha planteado crear un nuevo ministerio, el de la Seguridad Ciudadana. Es una idea que debería ser valorada y podría dar respuesta a las nuevas realidades y retos de un país caracterizado por un crecimiento acelerado de sus ciudades y el surgimiento de nuevas problemáticas. Es posible que haya llegado el momento de retirar a los ‘primos’ de las Fuerzas Militares, a donde las adscribió el general Rojas Pinilla.

Bajo esa nueva institucionalidad se podrían reformular los objetivos misionales de la institución y su adaptación a las nuevas exigencias de seguridad pública. Se podrían emprender asimismo las necesarias reformas en materia de incorporación, formación, planes de carrera y ascensos y profesionalización. También convendría crear centros de pensamiento para entender las dinámicas de los comportamientos ciudadanos y el delito, para repensar programas como el de policías bachilleres, o la organización de los CAI, las estaciones, las comisarías de policía, sus jurisdicciones y sus relaciones con alcaldes y gobernadores.

Ese nuevo ministerio se encargaría de reestructurar el plan nacional de vigilancia y sería el interlocutor adecuado para impulsar los temas de reforma de la justicia desde la perspectiva de la seguridad, como son el tratamiento de menores infractores, la reincidencia, el régimen penitenciario y el fortalecimiento de la Policía Judicial, entre muchos otros asuntos.

Es hora de repensar en serio nuestra Policía Nacional, pero para enaltecerla, fortalecerla y para asegurarnos de que pueda responder a las nuevas y muy complejas realidades nacionales.

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