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SOY VARGAS LLERAS

SOY VARGAS LLERAS

Bocas habló con Germán Vargas Lleras, candidato presidencial de Coalición Mejor Vargas Lleras.

Vargas Lleras habla con letras de molde, con frases que parecen sacadas de un libro de la biblioteca de su abuelo, el presidente Carlos Lleras Restrepo. Usa palabras y giros como “impostura” o “en tratándose”, propios de cuando Bogotá era tierra fría. “Lo que digo me diferencia de los demás candidatos”, asegura. “Todos hablan mucho, pero soy el único que lo que dice lo hace”.

Corbatas se le ven ya pocas. Le estorban. Como le incomoda que lo pongan a dar puntadas de su vida privada. Después de la última campaña se casó con Luz María Zapata, pareja de muchos años y regia bailarina de salsa. “Tengo cuatro fieras: mis dos perritas, Mancho y mi mujer”. La adora, y se lo demuestra aplicándole el clásico humor cachaco, que para tipos como él vale más que flores y joyas.

Zapata, para decir las cosas como son, es una de las tres mujeres de su vida, junto a Clemencia, su hija, y a Leonor Bogotá. Leonor es su eterna secretaria, y es para él como el aire. Corrección: es para él como los votos. Los busca en todas partes, porque formalmente no se ve como un político de derecha. Con la izquierda no le va tan bien: perdió dos dedos y medio de esa mano en 2005, en un atentado con libro bomba del que salió vivo porque la carga no explotó completa y las esquirlas se clavaron en un grueso libro de Ana Mercedes Hoyos que le cubrió el pecho.

Viéndolo, nadie imaginaría que alguna vez fue dueño de una ruidosa miniteca, con la que en los ochenta se ganaba algunos pesos y no pocos amores. Descreído de horóscopos y encuestas; siempre mortificado con la imitación que le hacen en La Luciérnaga. Hosco, pero enamorado de perros y caballos. Un muy “seco” fanático del agua en todas sus modalidades: de la ducha a los deportes acuáticos. Y eso que practicándolos sufrió un grave accidente en el que la cara se le desprendió del cráneo y casi pierde la vida.

Sus héroes secretos: Sandokán, de Emilio Salgari y el Santo, que le sirvió a Roger Moore para saltar, como el mítico 007, de la televisión a los teatros. De memoria se sabe muchos episodios de The Persuaders (Dos tipos audaces), setentera serie en la que Moore y Tony Curtis encarnaban a dos playboys tan cercanos al humor como a los bikinis.

Come y cocina. Le sale bien lo italiano y se precia de buen parrillero. “El otro día le preparé a Eva Rey un ceviche y quedé muy arrepentido. No solo no me agradeció, sino que el programa terminó muy mal”. A los periodistas no los aborrece, pero nada cómodo se siente con ellos. Menos con los fotógrafos, a los que suele decirles que les da solo cuatro “disparos”. Y les cumple, porque dos minutos después de posar, se va, mientras reparte instrucciones a la nube de asesores y escoltas que lo envuelve.

Tuvo un caballo preferido al que su esposa bautizó con un nombre que él no confiesa: Arrogante. Como Arrogante, Vargas es bueno para las carreras. Afán es su verdadero apellido. Si quiere tenerlo quieto, espóselo. Si se sienta, a los dos minutos un resorte natural lo pone de pie. Si habla, lo hace dando vueltas como un trompo. Y saluda poco, no por descortés: es que siempre va mirando al piso, y en el suelo no hay gente.

Así se le han pasado 56 años que, al menos en términos de lo público, arrancaron con una foto tomada hace cincuenta, con actitud retadora e irreverente, pasándose por la faja protocolos y maneras.

¿Cómo terminó usted, de escasos seis años, trepado en una mesa con pantalones cortos, al lado de su abuelo Carlos Lleras Restrepo?
Esas fotos tienen que ver con la visita del papa Pablo VI al país. ¿O usted cree que yo andaba todo el día con esos disfraces de terciopelo negro? Poco recuerdo ese episodio de la mesa y nada de la visita del papa.

¿Lleras Restrepo era para usted una especie de papa, un modelo?
Cuando era estudiante en la Universidad del Rosario, trabajé a su lado durante cinco años. Como su secretario privado, tuve una curiosa tarea: releer EL TIEMPO y El Siglo de la primera mitad del siglo XX y hacer memorandos con lo clave de todas las columnas. Eso le ayudaba a refrescar los episodios de época y de allí surgieron once libros sobre la crónica de su vida y de su tiempo.

¿Saltó de allí al mundo editorial?
Sí, porque luego del retiro de la inolvidable María Mercedes Carranza de la revista Nueva Frontera, fui el editor hasta su cierre, que tuvo lugar con la muerte de mi abuelo, como era su deseo. A su lado, aprendí no solo de historia de este país, sino a escribir. Y a escribir bien, que es algo que hoy poco se acostumbra. Se lo digo por si alguien tiene alguna duda de que personalmente redacté los cuadernillos que contienen las que serán mis políticas públicas de gobierno.

La guerrilla lo quiso matar. ¿Es posible perdonar?
Ya perdoné. Me interesaría, eso sí, que la famosa Comisión de la Verdad determinara quiénes fueron los autores intelectuales y materiales de esos hechos.

¿Extraña los dedos que perdió en el atentado del libro bomba?
Con el paso del tiempo, no. El seguro, cuando me los volaron, me ofreció unas prótesis funcionales y perfectas, hechas en un instituto francés especializado en el asunto. Sin estar muy convencido, me sometí al proceso y finalmente me mandaron los dedos desde Francia.

¿Por qué no los usa?
Cuando llegaron, me conminaron a pagar más de veinte millones de pesos por derechos de importación de los tres dedos. Renuncié a recuperarlos, fueron confiscados y aún hoy permanecen en algún anaquel de la Aduana.

¿La guerrilla y los intentos que hicieron de matarlo son ingrediente clave del libro que publica por estos días?
Sí, y allí relato un episodio relacionado con la guerrilla que revelará el porqué de mi aprecio por un joven político que ha recibido mucho palo: Mauricio Lizcano…

Cuya familia también fue víctima de la guerrilla…
Precisamente. Hablo de la época en que Lizcano era un estudiante de la Universidad del Rosario, cuando su padre llevaba dos años de secuestrado. Después de mucho rogar, el Mono Jojoy, accedió a recibirlo. Le hizo una propuesta deshonesta: liberaban a su padre a cambio de que les entregara a Germán Vargas, lo que da una medida de la calidad de objetivo militar que era yo para ellos. Lizcano dijo “no”.

¿Y qué consecuencias tuvo para la familia?
Su padre pasó siete años más secuestrado. Lo más meritorio, además de la entereza de quien entonces era un muchacho, es que yo era uno de los objetores del llamado intercambio humanitario, al que siempre me opuse, y que le hubiera dado la libertad al papá. Esa es la catadura de Lizcano, hoy gran apoyo en mi campaña.

Entiende uno por qué es fácil para usted estar con Lizcano, pero ¿es tan grato compartir tarima con Roy Barreras o con Armando Benedetti, graduado en insultarlo?
Durante los dieciséis años que fui senador, y en mi paso por el Congreso como ministro, apliqué una regla fundamental: no personalizar las controversias políticas y jamás judicializarlas.

¿Se ha disculpado Benedetti?
Ni se ha disculpado ni le estoy pidiendo que lo haga.
¿Usted es un hampón, como dice Claudia López?
Entiendo que ella ya se retractó. Es la vigésima vez que lo hace. Repito: no personalizo controversias políticas, por lo que no he adelantado acción alguna, ni por calumnia ni por injuria, en contra de la señora López. Y no lo voy a hacer en el futuro.

Felipe Zuleta dedicó una columna a plantearles preguntas a los candidatos. Le voy a hacer la que le tocó a usted: ¿cómo creerle que va a combatir a los corruptos, si en sus listas al Congreso hay personas seriamente cuestionadas?
Primero, esas no eran mis listas. Segundo, durante mi paso por el Congreso le dejé al país 42 leyes que conforman el más formidable arsenal de lucha contra la corrupción. Entre ellas, la extinción de dominio, que ampliaré desde la Presidencia con una jurisdicción especial. Pocos colombianos han tenido en sus manos la coordinación de una inversión cercana a 60 billones de pesos y los han manejado sin ninguna queja, tampoco una denuncia, con la más absoluta transparencia. Jamás permití que ningún parlamentario, ni persona alguna, interfiriera los procesos de licitación de esa enorme inversión y es esa la razón por la cual las obras se entregaron en óptimas condiciones y en tiempo récord.

Miguel Uribe, secretario distrital, dice lo mismo de Enrique Peñalosa: que es transparente y libre de corrupción. ¿Por qué entonces la distancia entre ustedes dos es cada día más grande?
La lucha contra la corrupción es un prerrequisito de cualquier servidor público. Al alcalde y a la bancada de nueve concejales que me representan les llamé la atención sobre aspectos claves, como la necesidad de no usar el diésel contaminante en la nueva flota de Transmilenio, el hecho de que llevamos siete años sin un plan de ordenamiento territorial, el atraso en materia de vivienda para la gente de menos recursos, la desidia en la recuperación del CAN, la falta de policías para garantizar la seguridad y los 22 proyectos de obras públicas que dejamos planteados al día siguiente de posesionado Peñalosa. No hay mejor amigo que aquel que nos dice la verdad, y yo a él se la digo.

¿Peñalosa es un mal alcalde?
Le respondo así: bastante descorazonador que llevemos dos años y medio de alcaldía y se presente este rezago. Mi experiencia en la administración pública indica que los proyectos que no se ponen en marcha desde el principio no logran materializarse.

¿Tener un hermano vinculado al toreo le ha impedido exhibir posiciones fuertes en la defensa de los animales, que usted tanto quiere?
Mi hermano Enrique desde hace muchos años se desvinculó de esa organización. Reconozco que éramos aficionados, pero nos han ido dejando los toros y hace años no voy a una corrida. Los domingos lo único que me provoca es no salir de mi casa, recargar baterías, comer pizza y ver Netflix.

Consume muchas series de televisión y algunos dicen que se parece al protagonista de House of Cards.
Para nada. Si me identifico con alguien, es con Kiefer Sutherland en Designated Survivor.

¿El inesperado presidente gringo noble y buenazo?
Hace el papel de un secretario de Vivienda, último en el escalafón del gabinete, que en razón de un atentado en el que muere todo el mundo, se convierte en el presidente Kirkman.

¿Le recuerda sus años de ministro?
Sí, fui ministro del Interior y, en 24 horas, pasé de sentarme al lado del presidente a ubicarme en un rincón, que es donde aquí también sientan al ministro de Vivienda. Ministerio sin importancia y sin presupuesto que, sin embargo, me permitió adelantar una gran transformación que les dio un hogar a millones de colombianos.

Perros, tiene tres: Lola, Lupe y Mancho, que lo acompañan frente al tv. Pero ¿ya superó el dolor de los dos pastores alemanes que le envenenaron?
Urcos y Rex. No los olvido. Los llevamos por sugerencia de la Policía a que los entrenaran para olfatear explosivos y terminamos viéndolos agonizar tres días en una clínica veterinaria. Los adiestraba un carabinero adscrito al aeropuerto que se enfureció con un traslado y se vengó de sus superiores envenenando a mis perros.

¿Cuál fue la reasignación que lo llevó a cometer esa canallada?
Lo trasladaron de lo que estimo era un gran negocio en el aeropuerto El Dorado, en el escuadrón antinarcóticos, a cuidar a Roy Barreras en el Congreso.

Si estuviera llenando una hoja de vida Minerva para ser presidente, ¿qué pondría en el apartado donde preguntan si fuma?
No fumo, desafortunadamente, hace tres años.

¿Néstor Humberto Martínez será presidente después de usted?
Fiscal que hace adecuadamente su labor, difícilmente puede aspirar luego a la Presidencia. Y Martínez es un buen fiscal.

¿Le molesta que Santos pueda pensar que usted es su candidato?
No, en absoluto. Aprecio la oportunidad que me brindaron en el gobierno de poder adelantar políticas públicas, aunque me reservo el derecho de discrepar del gobierno en aspectos como el manejo del sector minero-energético o las reformas tributarias.

¿El país ha sido desagradecido con Santos?
En alguna forma. El proceso de paz y el costo que eso tuvo para Santos ha opacado algunas de sus realizaciones. ¿Por qué nadie recuerda, por ejemplo, que este gobierno puso en marcha la gratuidad total en nuestro sistema educativo? ¿Por qué no se le reconoce el estupendo programa que les da atención integral a los niños de cero a cinco años? ¿Nadie ve el esfuerzo en materia fiscal para adelantar grandes obras de infraestructura? El programa de la vivienda me lo reconocen a mí, pero no habría sido posible sin el apoyo de Santos.

¿Se le siente el cariño por Santos?
Le guardo afecto a Santos, pero igual se lo expresaría a Álvaro Uribe, cuando pienso en lo difícil que era la situación en el 2001, sitiados por la guerrilla, con 600 municipios sin fuerza pública, y él logró resultados evidentes. Y también le reconozco a Andrés Pastrana los esfuerzos por mejorar las relaciones con Estados Unidos y en apropiar los recursos necesarios para garantizar el Plan Colombia. Todos los presidentes han tenido cosas buenas y malas. Lo importante, y es lo que haré, es construir sobre lo construido.

¿Qué piensa de la deslealtad?
Estoy agradecido con la oportunidad que me dio Santos, como debería estarlo Iván Duque. El candidato uribista se formó en la Fundación Buen Gobierno, luego fue Santos el que le dio la oportunidad de trabajar en el Ministerio de Hacienda y, de remate, lo envió a doce años de dorado exilio al Banco Inter-americano de Desarrollo. Entiendo que la política es dinámica y uno puede cambiar de ideas, pero por encima de las ideas están los principios, el agradecimiento y la lealtad, valores a los que es difícil renunciar.

¿Por qué no votar por Petro o por Duque?
Gustavo Petro representa al ala más radical de nuestra política y encarna un proyecto populista que con amargura ya probamos en Bogotá, con un caos en parte responsable de que Peñalosa no muestre resultados concretos. Discrepo también del proyecto que encarna Iván Duque, porque en la práctica de lo que se trata es de reelegir por tercera vez a Uribe.

Petro lo intoxica y difícilmente digiere a Duque…
No tengo lío con Duque; es un muchacho querido, simpático y estudioso, pero le falta experiencia y no está suficientemente preparado para ser el próximo presidente de Colombia.

¿Usted tiene menos canas que Duque?
Él tiene más canas, y más recientes.

¿Petro es honesto?
Pienso que sí, pero no puedo decir lo mismo de muchos de sus colaboradores más cercanos, secretarios y alcaldes menores. Presumo su honestidad, a menos que me demuestren lo contrario.

Si tuviera qué cocinarles en una cena a Petro y Duque, ¿cuál sería el menú?
Lo primero es que habría que cocinar bastante, porque Duque se ve que es buena muela. Y con Petro nunca me he sentado a manteles. Desconozco si algo le pueda gustar.

Lo que sí le gusta a usted, desde sus años de dueño de miniteca, es oír música a todo volumen. ¿Cómo es su equipo de sonido?
Clásico, de la vieja guardia. Tengo dos, uno en casa y otro en la finca, donde sí oigo música a niveles que en Bogotá activarían el Código de Policía.

Cuando en la casa de la Vicepresidencia lo ponía muy alto, ¿le entorpecía la tarea a quienes lo estaban “chuzando”?
No colaboré con la venta de libros de doña Vicky Dávila. Esos hechos jamás estuvieron comprobados. A Vicky le gusta vender libros a costa mía. No olvide que el capítulo más jugoso de su primer libro me generó un enfrentamiento con dos expresidentes, y con este pretende enemistarme con el presidente Santos.

¿Pero existió un informe de una firma privada que revisó la casa y llegó a unas conclusiones sobre las eventuales interceptaciones?
Muy habilidosamente, Vicky me dijo en entrevista de La W que tenía el informe. No le creo. Si lo tuviera, mal haría en no hacerlo público.

¿Usted sí baila con Clemencia, su hija bailarina profesional?
Soy un troncazo. A veces intenta enseñarme, pero ella baila hip hop y cosas complicadas. Está en un nivel muy elevado.

Cómo buena hija, ¿reprende al papá?
Siempre me regaña.

¿Por qué vivió tanto tiempo separado de ella?
A raíz de una serie de amenazas, tuvo que viajar al exterior cuando tenía seis años. Era la época en que yo tramitaba la ley de extinción de dominio y en 24 horas tuve que sacarla del país, tras del aviso de que la iban a secuestrar en el paradero del bus.

¿Y al volver hubo choque de trenes?
Regresó cuando había terminado sus estudios universitarios en Boston, donde vivió cuatro años sola. Yo había perdido la noción del paso del tiempo y la recibí en Bogotá como si fuera aún una niña. Pretendí manejarle la vida.

¡Y ahí fue Troya!
Traté de controlarla, de organizarle todo. No me gustaban sus novios…, ¡menos que viajara con ellos! Esa guerra la perdí, después de numerosas batallas. Todo acabó cuando me dijo: papá, ¿cómo pretende que me mude con usted y mi madrastra? Llevo cuatro años viviendo en Boston y usted nunca se preocupó de qué hacía en las noches o quién dormía en mi apartamento. Ya no es hora.

La bautizó en honor a su mamá. ¿Qué es lo que más extraña de ella?
Mi madre era una mujer amorosa, que no trabajaba y se ocupaba a tiempo completo de sus hijos. La tengo muy presente, con dedicación, entregada a hacer artesanías en casa y figuras con papel maché. Y siempre a mi lado a la hora de las tareas, porque yo era un muchacho bien indisciplinado.

¿Su mamá le daba coscorrones?
No, no, no… pero sí me aplicaron algún pretinazo por esos días. Por rebelde fue que terminé de interno en un colegio. Pero ella era paciente y dulce, y como le encantaban las cartas, me enseñó juegos que entonces eran muy populares, como king, canasta y bridge, que con nadie se puede jugar ya. Mi abuela María me fomentó lo de las cartas, porque ella, que era viuda, se fue a vivir con nosotros y, a su edad, era la única manera que tenía de entretenernos.

¿Quién es más hábil en el póker, usted o Santos?
Santos. Comparado con él, soy un lego.

Volviendo a su mamá, ¿cómo recuerda el día en que murió?
Todo comenzó con un paseo en carro. Mi padre acababa de estrenar una Renoleta 6, así que montó a sus tres hijos y a la señora, y arrancó de Bogotá a Bucaramanga. De allí a Cúcuta para, finalmente, pasar unos días en Caracas. De regreso paramos en San Gil, en el Gallineral, y al día siguiente llegamos a Bogotá. A mi madre le daba muy duro la altura y siempre que regresaba a casa pasaba un par de días en cama, reponiéndose. Al día siguiente de ese viaje, tipo 4:00 pm, murió de un infarto fulminante.

¿Quién le dio la noticia?
Estaba con mi abuela en cine, en matiné, viendo una película de Herbie, el Volkswagen Beetle que aquí llamaban Cupido motorizado. En medio de la película entró un conductor y dijo que nos necesitaban urgentemente en la residencia. Cuando llegamos, mi madre había fallecido. Tenía trece años, y ese golpe me unió mucho a mis hermanos menores.

¿Cómo son sus hermanos?
Enrique se parece mucho a mí: temperamental y estudioso. José Antonio es el polo opuesto: reflexivo, tranquilo, calmado. Son hermanos y amigos entrañables, y en todas las campañas me ayudan.

Uno de sus fuertes en materia electoral, gracias a la alianza con los Char, es el Caribe. ¿Siente que conecta con la Costa?
A uno le dicen siempre los expertos en política que se invente parientes de la Costa, como manera de anclarse a una región tan importante. Hace poco, en un foro en el Caribe, oía a Iván Duque hablar de una pariente lejana dizque costeña. Carreta. Y Petro Urrego le recordó al auditorio que su familia era sucreña. Todo eso me parece una impostura. No tengo familia Caribe: lo que soy es hijo adoptivo del caribe.

¿Ni un primo lejano?
Nada. Bueno, pero cosa distinta le pasó a mi tío Carlos Lleras de la Fuente, con el que no tengo relación alguna. Cuando C. Ll. de la F. debutó como candidato presidencial, con la compañía de Noemí Sanín y Antanas Mockus, fue a la Costa y le preguntaron, como corresponde, si tenía familia costeña.

¿Y él sí tenía?
Sorprendió al auditorio cuando reveló tener vínculos de sangre con Barranquilla. ¡De sangre! La gente lo miraba estupefacta. Y, entonces, soltó el rollo: “hace años un tío abuelo mío llegó a Barranquilla, y al hacer el transbordo en el río Magdalena, cayó a las aguas y se lo comió un cocodrilo. Por eso tengo vínculos de sangre con Barranquilla”. Y por eso perdió las elecciones, cosa que no me va a pasar a mí.

Fuente: www.eltiempo.com

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